Por: Mariano Moreno S.
Cuando llegamos al parque de Huatusco, la gente ya abarrotaba la grande carpa en donde una hora más tarde la precandidata Rocío Nahle daría su mensaje. Huatusco se encuentra en la región de las altas montañas de Veracruz, cuya geografía elevada propicia a que este sea un municipio reconocido por su producción de café. Por eso, antes de llegar al parque, desde la carretera era posible ver los verdes cafetales, tan cercanos al Pico de Orizaba y a la línea divisoria que separa a Veracruz con el estado de Puebla.
Además de su espíritu cafetero, Huatusco también es importante en la historia nacional por ser un sitio inquieto, sede de rebeliones y levantamientos armados, incluso en contra del gobierno de Benito Juárez. Los huatusqueños se alzaron contra los realistas durante la Independencia de México, y por ese motivo el Congreso de Chilpancingo los nombró la capital de la Insurgencia en el Estado de Veracruz. Guadalupe Victoria, primer presidente de la República Mexicana, gentilmente declinó a través de una carta la propuesta de los habitantes de Huatusco, que pedían reemplazar el nombre de su municipio con el suyo. El general Victoria les dijo que el nombre Huatusco debía preservarse, “ya que es un título de gloria y honor.”
El 26 de mayo de 2017, cuando aún era presidente de Morena, Andrés Manuel López Obrador fue agredido con un huevo arrojado a su cabeza, para mala suerte de sus odiadores, que hubieran preferido un proyectil más letal. ¡Qué fácil es llegar a López Obrador!, dijo Ciro Gómez Leyva en su noticiero nocturno, al presentar esta nota. Varias veces López Obrador había visitado Huatusco, varias veces tuvo ahí asambleas informativas en donde acusaba la podredumbre de los gobiernos del pasado, pero el momento que se quedó en la memoria colectiva fue el huevo lanzado contra el político más relevante de México. Un huevo histórico que fue arrojado solamente por una persona y que los contrincantes de López Obrador quisieron señalar como una muestra de repudio nacional. El quiebre del huevo no emitió ningún ruido; la imagen de López Obrador al recibir su impacto, sí.
El ruido se escuchó apenas entramos a Huatusco, y como si fuera el hilo de oro de Ariadna, lo seguimos ciegamente hasta llegar al parque. Entre el palacio municipal y el quiosco se había instalado una carpa que protegía a la gente de los rayos del sol. El templete fue armado al fondo, en el mismo sitio en donde otros templetes de otros años más sencillos se colocaban para recibir a López Obrador.
Desde niño he tenido la oportunidad de poder presenciar campañas políticas. Antes eran otros los colores, similares al rojo guinda, pero si cerráramos los ojos, el ruido de la campaña suele ser el mismo. Y aquella mañana en Huatusco había ruido en el parque, tanto ruido que podía poner a prueba el radar de los murciélagos. ¿Qué pensarían los pájaros en los árboles del parque, desconcertados de no poder escuchar su propio canto? Alguien animaba a su grupo a gritar más fuerte, a no bajar el ánimo. Tronar de matracas, o de cualquier instrumento capaz de producir ruido. Los vítores parecían competir entre ellos para ver quién llegaba primero a los oídos de la candidata, que aún se encontraba a kilómetros de distancia. En los costados del mitin, bocinas descomunales no cesaban de repetir las canciones de la campaña. ¡Es un honor estar con Nahle hoy, es un honor estar con Nahle hoy! Tambores que no podían verse pero que bien podían anunciar la llegada de un ejército romano.
Atravesamos el río de almas para llegar hasta la valla delantera. Atrás de mí, un anciano se tapaba una de sus orejas. Las banderas se agitaban con la misma enjundia patriótica de septiembre, y eran tan altas que sus astas casi raspaban la panza de la lona encima de nosotros. ¡Es un honor estar con Nahle hoy, es un honor estar con Nahle hoy! El quiosco también estaba repleto de simpatizantes, y más de uno tenía que ponerse de puntillas para comprobar que lo que decía el hombre del micrófono era cierto: que la candidata ya había llegado.
¡Gobernadora, gobernadora! Manos alzadas, abrazos, fotografías. Rocío Nahle saludaba al público desde el templete. El hombre del micrófono pidió el grito de las mujeres, antes de nombrar a cada una de las personas que se encontraban sentadas alrededor de la candidata. Y después de cada nombre y cargo mencionado, el aplauso, el grito, el ruido. Si el hombre del micrófono tardaba unos segundos en presentar a la siguiente persona, el breve silencio era empujado por la animación de un muchacho que gritaba a través de un megáfono: ¡Gobernadora, gobernadora!, y que minutos antes algún emisario del sosiego había intentado callarlo, sin éxito.
El primero en tomar la palabra fue el alcalde de Huatusco, quien antes de leer su discurso fue interrumpido por el muchacho del megáfono que gritó en solitario ¡gobernadora!, lo cual provocó risas y un nuevo regaño. Después del alcalde habló una sembradora de café. Al fungir como la voz de un grupo de campesinos, le pidió a la candidata la apertura de una carretera, de tan solo seis kilómetros, que conectaría al pueblo de Xoxocotla con Puebla, y cuya vía es crucial para transportar el café que producen.
La siguiente oradora fue una mujer mayor, quien con una bolsa de café en la mano expuso las dificultades que padecen los productores de café de las altas montañas de Veracruz. Era tal la crisis de su comunidad, que probablemente tanta tragedia deprimió al micrófono y este respondió con un tronido repentino que se escuchó como la caída de un cuerpo. Entonces llegó el silencio. Alguien a lo lejos gritaba que no se oía nada. Chiflidos. Y mientras se intentaba reparar el problema, la oradora hablaba como si el ruido nunca se hubiera ido.
Después de tanta estridencia, callada por el mal manejo de algunos cables, fue posible escuchar de nuevo el canto de los pájaros, los murmullos de la gente, la campanilla de los carritos de nieves. La quietud de la madrugada, esa en la cual Gabriel García Márquez escribió que era posible escuchar el rumor que dejaba el azúcar cuando subía a las naranjas.
El muchacho del megáfono le prestó su aparato a la productora de café, quien siguió con su discurso a pesar del impedimento sonoro. Al terminar, recibió aplausos de gente que probablemente ni siquiera alcanzó a escuchar su emotivo cierre. ¡Nada detiene a Rocío Nahle!, dijo el hombre del micrófono sin micrófono, y anunció que la candidata tomaría la palabra. Ella tomó el megáfono y dijo que faltaba que hablara otro compañero. Él habló lo mejor que pudo, auxiliado por un joven que le sostenía el megáfono, y dado que la mímica no era opción, el público enfocó su atención en otra parte.
Yo me preguntaba si el sonido volvería a tiempo, antes del turno de la candidata.
Entonces se hizo el milagro. Sendos aplausos abrumaron el final del discurso del compañero, no por la emoción que causaron sus palabras perdidas en el aire, sino por el regreso del sonido, que llegó justo a tiempo para ser usado por Rocío Nahle.
El ruido, que tal vez se fue porque quiso dar una vuelta por el parque de Huatusco, regresó con los vítores resucitados que se escuchaban al comienzo del evento. Y Rocío tomó la palabra con el micrófono y su voz volvió a escucharse fuerte. Recordó la última vez que estuvo en Huatusco, hace seis años, cuando una mujer le arrojó un huevo a López Obrador. Contó que al subir a su camioneta, el dirigente de Morena se limpió la yema embarrada en su camiseta y pidió apurarse, porque todavía faltaba llegar a la ciudad de Boca del Río.
Hizo un recuento histórico de las privatizaciones que se hicieron durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, bancos, ferrocarriles, y que en ese contexto afectaron a varias industrias, entre ellas la que sostiene a Huatusco, cuando en 1989 por mandato neoliberal se desapareció el Instituto Mexicano del Café. Defendió el café de Veracruz como uno de los mejores del mundo, y en esa revisión del México contemporáneo no quedaron bien parados los ex presidentes del PRI y el PAN, mucho menos sus legisladores que aprobaron reformas cuestionables. Tal vez por eso no les gusta que les recuerden la historia, tal vez por eso prefieren que se olvide.
La candidata los llamó traidores a la patria, por entregar la riqueza del país, y eso agitó al ruido que acechaba sentado entre el público. Pero el momento que más ruido generó fue cuando se comprometió a concluir la carretera que le solicitaron al principio del evento: Imagínense, si pude hacer una refinería, como no podré hacer una carretera de seis kilómetros.
Al final se cantó el Himno Nacional, el énfasis en el sonoro rugir del cañón. Ya no me tocó escucharlo, porque había que trasladarse al siguiente destino, pero presiento que después de finalizada la asamblea, el ruido todavía tardó algunas horas en irse de Huatusco.
Mariano Moreno (Coatzacoalcos, Veracruz, 1991). Escritor y columnista. Egresado de la licenciatura en Comunicación por la Universidad Iberoamericana.
Cursó la maestría en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Nueva York (NYU). Becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes FONCA en la generación 2019 – 2020, en la categoría de Novela. Fue corresponsal de Noticias MVS en Nueva York y ha cubierto los juicios en contra de Joaquín El Chapo Guzmán y de Genaro García Luna. También es host del podcast sobre literatura “Libros de la Mala Memoria” (@LibrosMame)